Las empresas norteamericanas gastan en promedio 156.200 millones de dólares anuales en programas de aprendizaje. El PBI de 135 países es inferior a esa cifra. La mayor parte del tiempo y el dinero de estos programas es un desperdicio, así de concluyente es Laszlo Bock el exvicepresidente senior de Google y no porque se oponga a la capacitación del personal de las empresas sino porque los programas de formación continua de las compañías están centrados en el inútil paradigma educativo de la enseñanza. Esto es preocuparse más de los diplomas acumulados de los docentes, las acreditaciones internacionales de los centros de formación y el número de horas impartidos. ¿Por qué sería un error preocuparse en estos aspectos que parecen de sentido común al momento de contratar una institución para capacitar a nuestro personal?

Primero porque un docente que repite durante 10 años un curso no es ninguna garantía de que va impartir conocimiento. Tiene 10 años de experiencia en el campo, pero son el mismo año repetido diez veces.

 Y sobre el mito de que 10,000 horas de capacitación nos pueden convertir en un experto en cualquier campo. Esa cantidad de tiempo sin evaluación ni experimentación, solo nos permitirá adquirir en el mejor de los casos un nivel básico.

¿Qué hacer?

Si queremos los mejores profesores, estos no están necesariamente en una Universidad sino en nuestras propias organizaciones. Los mejores vendedores de la empresa, el experto en logística, el subgerente de control, cualquiera de nuestros colaboradores si destaca de manera sostenida en su práctica laboral puede convertirse en un capacitador.

En lugar de hacer un curso de capacitación donde el expositor se dedique básicamente ha disertar sobre un tema porque no transformar esto en un taller donde luego de la charla nos dediquemos a que los participantes repitan el proceso que deben aprender hasta que esta práctica sea internalizada y se logre generar un cambio de conducta.

En realidad  solo deberíamos recurrir a capacitadores externos para desarrollar habilidades blandas  en nuestros colaboradores, por ejemplo enseñarles a realizar una presentación, a cómo tomar decisiones, cómo manejar el stress, y así transformarlos en capacitadores efectivos de sus propios compañeros de trabajo.